El comienzo de una historia de persecución

El 31 de diciembre de 2009, la Policía chilena, Carabineros, detenía al escritor vasco Asel Luzarraga en su casa de Padre las Casas, en la Araucanía.

Asel Luzarraga llegó a Temuco en marzo de 2009 para vivir con una chica -Vane- que conociera mientras vivía en Buenos Aires. Siendo un escritor anarquista y punk (en Euskal Herria también fue cantante del grupo punk Punkamine), entró en contacto con la juventud punk y anarquista de la ciudad y, poco a poco, fue conociendo más sobre la represión y persecución histórica vivida por el pueblo mapuche. Como es natural, no pudo desentenderse de esta situación y, mientras participaba en actividades anarquistas, fuera en una biblioteca, en una actividad muralista contra las cárceles, en las protestas de denuncia por el asesinato de un joven mapuche a manos de Carabineros…, escribía en el blog que mantenía en esos tiempos sobre lo que observaba y sentía.

No esperaba que dos de esos artículos serían suficientes para convertirse en objetivo de las autoridades chilenas. Sin embargo, escribir, hoy por hoy al menos, no es delito en Chile, así que los servicios de inteligencia tuvieron que fabricarle uno. Así, tras conseguir de una juez una orden oral para allanar la casa de Asel, ingresaron en ella cuando él se encontraba solo, y, sin testigos, tuvieron la ocasión para plantar pruebas en el dormitorio de Asel y Vane: un extintor, unas mechas, 7gr de pólvora y algunas tuercas y tornillos, todo adecuadamente reunido en una bolsa de supermercado.

A Asel lo llevaron detenido sin que aún alcanzara a comprender qué estaba sucediendo a su alrededor, bajo el pretexto de aquellas pruebas fabricadas, siendo la intención inicial responsabilizarle de cuatro atentados con bombas de ruido realizados por anarquistas insurreccionalistas. Se trataba, sin embargo, de una acusación hecha sin demasiada investigación, como inmediatamente pudo verse, puesto que de esos cuatro ataques tres sucedieron mientras Asel no se encontraba en Chile, dos de ellos cometidos en Santiago antes de que el escritor pisara Chile por primera vez, en 2008, cuando él vivía en Buenos Aires.

La noticia de la detención de Asel se extendió rápidamente, no solo en Chile, sino también en Euskal Herria y Argentina, ya la respuesta de su entorno fue inmediata, creándose en Euskal Herria la plataforma Askel (“Asel aske”, “Asel libre”), integrada por todo tipo de gente (en ella se mezclaban familiares, amistades, escritores, músicos, anarquístas, hackers, antimilitaristas…, en una salsa peculiar). Ahí anduvo incansable Laura Mintegi, la entonces presidenta del PEN Club Vasco, entre otras personalidades. También en Argentina, en Buenos Aires, se congregaron quienes habían conocido a Asel, tanto amistades, como personas relacionadas con la diáspora vasca, para protestar ante la embajada chilena. En su defensa escribieron personas como el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, el dramaturgo chileno Ariel Dorfman o el escritor vasco y Premio Nacional de Narrativa española Unai Elorriaga, entre otros.

Toda persona que conociera a Asel lo tenía claro: la imagen de terrorista que de él quería construirse era una mera caricatura, que utilizaba su condición de vasco, anarquista, punk y solidario con el pueblo mapuche para crear un personaje que debía generar miedo. Todo olía a puro montaje.

La misma idea sugería el propio informe de los servicios de inteligencia, que utilizaba los artículos mencionados como prueba para convertir a Asel en sospechoso de atentados, y en dicho informe se plasmaba la verdadera acusación: introducir ideas foráneas en la juventud chilena y realizar actos de connotación pública. Incluso lo convertían de la nada en líder anarquista internacional.

Tras pasar cinco días bajo la Ley Antiterrorista, finalmente la autoría de las bombas fue descartada, y solo se mantuvo una acusación: infringir la Ley de Armas u Explosivos. No necesitaban más, teniendo en cuenta que, siete días después de su detención, y violando cualquier presunción de inocencia, el Ministro del Interior firmaba la orden de expulsión en contra de Asel. Estaba claro qué buscaba el entonces gobierno de Michelle Bachelete.

Enfrentando la injusticia judicial