Enfrentando la injusticia judicial

Tras pasar una primera noche en los calabozos de Padre las Casas, el escritor Asel Luzarraga permaneció 42 días en la penitenciaría de Temuco, en prisión preventiva, al ser considerado como un peligro social con riesgo de fuga. Su situación era paradójica: sobre él pesaban al mismo tiempo una orden de arraigo nacional, y una orden de expulsión de Chile. Estaba obligado a un tiempo a permanecer en Chile, y a marcharse.

En febrero de 2010, su abogado Jaime Madariaga consiguió que de la cárcel pasara a arresto domiciliario, de modo que el terremoto que sacudió la región poco después lo pillaría en su casa. Algo es algo. Eso les dio un mayor margen de maniobra, tanto a Jaime Madariaga, como al movimiento en torno a Asel, al tener la posibilidad de llamarle por teléfono, visitarlo en su casa, e incluso, de ser entrevistado por los medios.

El proceso estuvo plagado de irregularidades; la más llamativa, el hallazgo en el informe de la Fiscalía de una fotografía que recogía el armario de Asel y Vane. Efectivamente, esa imagen plasmaba la situación del dormitorio, la que Carabineros encontró al llegar, y en ella no existía el más mínimo rastro de la bolsa que los agentes de Labocar encontraron. Solicitaron a Carabineros la fotografía en formato digital, y ellos entregaron la secuencia (casi) completa, aunque al principio se negaran a ello, pero, casualmente, en dicho set faltaba una sola imagen: la que recogía el armario sin ninguna bolsa ni extintor, precisamente. Una juez tuvo que ordenar que entregaran también ese archivo, y así lo hicieron, pero tras manipularlo manualmente, para ocultar la hora en que fuera tomada.

Llegó el juicio, y las irregularidades no cesaron. Entre otras, la perito química de Carabineros cambió la información reflejada en su informe a la hora de prestar declaración, para sugerir que en las manos de Asel se habían hallado rastros de pólvora. Afortunadamente, una catedrática en Química de la Universidad Católica de Temuco neutralizó el valor de dicha prueba. Tampoco la necesitaban los jueces, que ya tenían su veredicto escrito desde el principio. A pesar de que otro perito probó la trampa llevada a cabo con las fotos y de quedar claro ante los ojos de todo el mundo que cuando Carabineros ingresó a la casa aquella bolsa no se encontraba en el lugar, los tres jueces debieron realizar malabares en sus razonamientos para considerar a Asel culpable.

Pero la condena resultó asombrosamente corta para todo el mundo. Frente a los cinco años de prisión solicitados por la Fiscalía y el abogado del Estado, solo le impusieron una pena de 220 días, que Asel ya había cumplido para entonces. Así, el Estado tenía las manos libres para expulsar a Asel, siendo esa la intención principal desde el principio.

De este modo, en octubre de 2010, en un episodio que merecería capítulo aparte, Vane y su familia sacaron a Asel del Ngulumapu (Wallmapu occidental) al Puelmapu (Wallmapu oriental) a través de los Andes, para que finalmente tomara desde Buenos Aires el vuelo de regreso a Euskal Herria.

Oficialmente, para el mundo, allí terminaría su causa: Asel culpable, condenado por la posesión de los objetos que Carabineros llevaron a su casa, obligado a abandonar Chile, y libre en Euskal Herria, con la pena cumplida. Sin embargo, Asel Luzarraga y su abogado Jaime Madariaga no estaban dispuestos a aceptar la derrota y, en 2011, presentaron una demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en contra del Estado chileno, por la vulneración de los derechos de Asel. A su juicio, el Estado chileno, basándose en prejuicios para perseguir a Asel (ser vasco, anarquista y punk, es decir, el origen y el pensamiento de Asel), había atacado su libertad de expresión, puesto que la única base para detenerlo habían sido los escritos de Asel, y había dañado su honor y su buen nombre.

Ante ellos se abría un nuevo y largo camino, pues no es sencillo que la CIDH acepte un caso, y pocos logran su admisibilidad.

Además de la vía judicial, siendo el arma principal de Asel la palabra, en 2011 publicaba Gezurra odoletan (Txalaparta) en Euskal Herria, la novela comenzada en la cárcel, para dar cuenta, a través de la ficción, del terrorismo de estado sufrido en Chile por anarquistas y mapuche. Más tarde, también publicarían su obra en Argentina (Tren en Movimiento) y en Chile mismo (LOM), bajo el título La mentira en la sangre. Pero más allá de la ficción, también publicó Los buenos no usan paraguas (Desmontando un montaje, desnudando al Estado) en Chile (Quimantú), Euskal Herria (DDT-Sorginkale) y Argentina (Cúlmine), para contar en detalle lo vivido en Chile y realizar una reflexión sobre el Estado, la cárcel y la justicia, en una obra a caballo entre la crónica, la autobiografía y el ensayo. La verdad encuentra muchos caminos para salir a la luz.

El comienzo de una historia de persecución
Primeros rayos de luz de un largo camino